Algo de inquietante encierra el denominado signo «et», tanto por el poder de unir dos opuestos o entidades ajenas como por su fascinante esencia gráfica. Adrian Frutiger, en su libro «Signos, símbolos, marcas, señales», refiere que no se trata de una letra ni de un signo de puntuación. Es —precisa el inventor de la letra Frutiger— una figura conceptual externa derivada de la frecuente conjunción latina et [y], cuyo empleo data ya de muchos siglos y que permanece en vigor.

«haruhiko & ginebra»: una novela de amor, pero un amor cuyo móvil se encuentra en el azar, por Elton Honores

Después de haber dado por perdida esta nouvelle —vuelta ahora a poner en mis manos—, planteo algunas ideas sobre haruhiko & ginebra, novela brevísima en doce partes de José Donayre (Lima, 1966). Se trata de una novela de amor, pero un amor cuyo móvil se encuentra en el azar (como usualmente ocurre), es decir, el amor como un sentimiento no programado. Este amor entre haruhiko & ginebra parece estar basado en la lealtad («Sé fiel hasta la muerte», como se señala en el libro del Apocalipsis), pero también al sometimiento. La relación no puede ser más insólita: Haruhiko, un obrero y lector de libros fabulosos (guiño a Cervantes y El Quijote); Ginebra, hija de la violencia y prostituta.

Estos elementos, que podría servir como marco para el desarrollo de una novela bajo un registro realista, adquiere en esta novela visos alegóricos, que van desde los códigos de las novelas de caballería a lo fantástico. En el prostíbulo llamado La Salamandra, Ginebra ve a su amado en medio de presencias fantasmáticas que se disuelven para luego adquirir corporalidad y materialidad cuando ella empieza a ser golpeada. La idea podría ser que cuanto más distantes están los otros, menos «realidad» poseen para quien los percibe; mientras que cuando uno es «tocado», estos nuevamente cobran vida. El otro existe no en la medida en que me interpela sino en la proximidad de su cuerpo.

En ese contexto es que Haruhiko es una suerte de caballero medieval que libera de su prisión (el prostíbulo) a la bella Ginebra, que adquiere la forma de un ser sagrado (elemento presente en otras representaciones del autor). La liberación de Ginebra es insólita: el guardián se desmaya con el susurro de unas cuantas palabras de Haruhiko.

Haruhiko posee como valor a la memoria; Ginebra, en cambio, apenas tres fotografías que registran igual número de momentos de su vida (aquí es inevitable advertir el guiño a El cuerpo de Guilia-no de Eielson, que planeta la imposibilidad de captar el instante; pero también a Hegel: tesis, antítesis y síntesis). Haruhiko es el «realista» a diferencia de Ginebra que requiere de la «magia» material que crea la «ilusión» de bienestar.

El amor entre ambos se asemeja al erotismo sagrado del que hablaba Bataille. Pero, además de la fusión con lo sagrado (expresado en Ginebra) se trata más bien de fusionar dos tradiciones culturales: la oriental (Haruhiko) con la occidental (Ginebra). Una fusión que supera ambos paradigmas por un tercero o nuevo, que constituye a su vez, una unidad.

El narrador señala que para Haruhiko «(…) la realidad es una prolongación relativamente irreal de sus sueños y fantasías» [p.5]. Con ello, el narrador plantea que no hay límites entre la vigilia (razón) y el sueño, con lo cual (sin llegar al solipsismo), cada sujeto lee y ve el mundo desde su punto de vista. Superado este punto, podríamos decir que no hay realismo así como tampoco hay fantasía, o mejor aún, que lo fantástico es una ficción, así como el realismo es otra ficción, que no existe una sola realidad sino múltiples realidades y que ambas son —finalmente— solo invenciones o representaciones del mundo.