Algo de inquietante encierra el denominado signo «et», tanto por el poder de unir dos opuestos o entidades ajenas como por su fascinante esencia gráfica. Adrian Frutiger, en su libro «Signos, símbolos, marcas, señales», refiere que no se trata de una letra ni de un signo de puntuación. Es —precisa el inventor de la letra Frutiger— una figura conceptual externa derivada de la frecuente conjunción latina et [y], cuyo empleo data ya de muchos siglos y que permanece en vigor.

Una posleyenda: «haruhiko & ginebra», por Víctor Coral

Hace poco más de un año José Donayre nos sorprendió otra vez, con un texto cuya poesía dejaba entrever una ardua y lúdica reelaboración de la leyenda de Ginebra (en el protocéltico significa «Sombra blanca»), esposa del rey Arturo. Esta vez ella es una chica que atiende en un bar de nombre simbólico, «La Salamandra», y que tiene todos los problemas existenciales de las mujeres nacidas antes de 1970. Ginebra es ambiciosa y sensible. Bella.

Haruhiko es un guardián en una ensambladora que se comporta como un caballero, no exento de romanticismo y una pasión que roza lo religioso. Ellos se conocen y se enamoran (o más bien es Haruhiko quien lleva sobre sus hombros toda la pasión de la pareja, hasta el punto de alucinar que Ginebra puede ser su diosa personal, la razón de su cortés existencia).

Será bueno recordar aquí la leyenda de Ginebra. El ciclo artúrico tiene a Ginebra como el prototipo de la infiel. Le puso astas al héroe nada menos que con su amigo Lancelot, uno de los caballeros de la Mesa Redonda. Esto, de alguna manera, simboliza la caída del reino de Camelot, su perversión.

Pero el amor de Ginebra y Lancelot no solo vence la condena social (real) sino que perdura hasta la muerte de ambos. El final de los amantes tiene demasiadas variantes como para reseñarlas aquí. Lo importante es que el amor de Lancelot (Haruhiko) por Ginebra cae dentro del llamado «amor cortés», donde se consideraba a la amada como un objeto de culto, de veneración, que no se podía mancillar con el trato carnal –esto por lo menos en los libros.

La valoración de Ginebra como mujer fue pasando a través de las numerosas novelas del ciclo artúrico desde una mujer interesada, frívola y lujuriosa, hasta una mujer enamorada y romántica. La Ginebra de Donayre se enmarca dentro del plano cortés decididamente («Haruhiko se comporta como todo un caballero», así comienza la petit nouvelle):

Haruhiko ama la naturaleza y no tienes ojos para ver lo trascendente (la divinidad); «sin embargo, Ginebra puede ser su religión: encarnar sus creencias metafísicas, sus sentimientos de veneración y temor, sus soluciones éticas para defenderse de los instintivos reparos morales, sus prácticas rituales para sentirse útil ante lo intangible, sus secretos artificios, sus oraciones, sus cultos».

Plagado de símbolos que lanzan fogonazos a la lectura atenta, «Haruhiko & Ginebra» es una novela de amor escrita con notable prosa poética y que plantea un paralelismo temporal (Edad Media, época contemporánea) y una continuidad ideológica (el amor siempre vence: el & tiene la capacidad de unir contrarios); aunque lo más probable es que esta sea solo una lectura de muchas posibles, como pasa a menudo con la buena literatura.